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Publicado en el Mundo, viernes 15 de febrero de 2008 
 
Ceremonia de la confusión
 
 JOSEBA ARREGI
 
Son varios los acontecimientos que invitan a hablar de ceremonia de la confusión en estos prolegómenos de la campaña electoral para elegir los diputados que nos representarán los próximos cuatro años: el teatro en torno a la lista del PP por Madrid y la no inclusión del alcalde, los sabios internacionales que asesoran al PSOE -sin que sepamos si con ello gana Zapatero o pierden mucho de su prestigio intelectual los asesores internacionales-, etcétera. Razones para sentirse confuso abundan.

Pero me parece forzoso referirme a otra ceremonia de la confusión más preocupante y de más graves consecuencias, si se llega a materializar. Es la ceremonia que preparan los partidos nacionalistas ante estas elecciones, especialmente CiU y el PNV. Han anunciado ya bastantes cosas que merecen un análisis detallado. En primer lugar, su disposición a pactar con el que sea con tal de extraer réditos de esa alianza para avanzar en sus posiciones. Artur Mas ha afirmado que elevará el listón. Ya ni siquiera se conforma con lo que contiene el Estatuto aprobado por el Parlamento catalán y rebajado por el parlamento español. Quiere ir más allá. Pero estaría dispuesto a pactar con el PP, a condición de que éste retirara el recurso ante el Tribunal Constitucional para que dilucide sobre la constitucionalidad del Estatuto catalán. Poca confianza debe tener en la constitucionalidad del mismo si prefiere que el Tribunal Constitucional no se pronuncie.

Líderes del PNV, el presidente del Euskadi Buru Batzar Iñigo Urkullu, y el nuevo presidente del Bizkai Buru Batzar (BBB), Andoni Ortúzar, también han manifestado su disposición a pactar con el PP, pero con el añadido de que van a poner sobre la mesa el problema de Euskadi o Euskalherria, que no es otra cosa que poner sobre la mesa el plan Ibarretxe, reconducido por Ortúzar a la categoría de metodología, creyendo este nuevo presidente del BBB que seguimos creyendo en la neutralidad de las metodologías, convencidos de que tras ellas no se esconden opciones ideológicas claras; pero hace mucho que dejamos de ser ingenuos.

Esta disposición pone de manifiesto dos elementos importantes: que por encima de afinidades personales o ideológicas, que por encima de la memoria del trato recibido de uno u otro partido, o lo que los partidos nacionalistas afirman que ha sido el trato dado por uno u otro partido a sus respectivas naciones, usando su lenguaje, está la táctica de ir arrancando lo que se pueda en cada ocasión, sea del talante de un presidente de Gobierno, sea de la condición de caballero castellano del otro. Lo importante es lo que vale para el convento. Y lo que vale para el convento es más recursos, más competencias, más derechos, más reconocimiento de la visión uniformadora, unilateral y excluyente de la sociedad catalana o de la vasca aprovechando las dificultades de formar gobierno por uno u otro partido en Madrid.

El segundo elemento es que ya no tratan de disimular lo que quieren. Hubo tiempos en que desde CiU se predicaba su aportación a la estabilidad del Estado, su disposición a actuar desde la responsabilidad de Estado. Hubo tiempos en que el PNV dejaba entrever que también estaba interesado en que el Estado funcionara, que su interés pasaba por la estabilidad de la democracia española.

Ahora ya no: plantean exigencias al Estado al que no quieren pertenecer. Y lo dicen ya abiertamente. Su ideal mínimo es el de la confederación. Su apuesta por el derecho a decidir no significa otra cosa: estaríamos dispuestos a una asociación con el Estado español a condición de que éste reconozca nuestra soberanía. Desde ella conformaremos un nuevo Estado: un Estado confederal, una asociación de estados soberanos que se asocian para hacer alguna cosa que otra en común mientras sea del interés de todos, pero con capacidad de cada uno para definir el interés de todos desde su propio interés.

Decía que plantean exigencias al Estado al que no quieren pertenecer, pues lo que buscan no es la reforma del Estado actual, sino su sustitución por otro. No buscan el perfeccionamiento del Estado Autonómico, no buscan la reformulación federal del Estado Autonómico. Buscan un nuevo Estado: pretenden que España como Estado se deshaga, y vuelva a configurarse desde la voluntad soberana de las unidades que actualmente la conforman. Ese nuevo Estado será mientras lo quieran Cataluña y Euskadi. Ese Estado será un Estado confederal, será una especie de Estado nacional con una única nación en su seno, la España de lengua y cultura exclusivamente española, a la que se asocian otras dos naciones con pretensión también de ser estados de una única nación, la Cataluña de lengua y cultura exclusivamente catalana, y la Euskadi de lengua y cultura exclusivamente vasca.

No se trata, pues, de reformar el Estado, sino de cambiarlo radicalmente, de cambiar su naturaleza. No se trata de que España como Estado sea plurinacional, sino que desde la existencia de, al menos, tres naciones con derecho a Estado -España, Cataluña y Euskadi-, se conforme un Estado confederal. Sólo así llegarán a sentirse cómodos en el Estado, que nunca en España: sólo a condición de que el Estado sea de entrada y salida libre.

El título de ceremonia de la confusión se refiere no tanto ya a la intención que ponen de manifiesto, pues ésta es muy clara, sino a la posible respuesta que reciban de cualquiera de los partidos a quienes va dirigida la exigencia, el PSOE y el PP. Cada uno de ellos se ha sentido obligado en algún momento a conceder alguna de las exigencias de los partidos nacionalistas con el fin de asegurarse la investidura y de asegurar la gobernabilidad. Y esas concesiones se han visto elevadas a categoría de estrategia necesaria para integrar a los nacionalismos en el Estado.

Pero si alguna razón hubo en el discurso del PSOE de que la política de hacer frente a los nacionalismo del segundo Aznar provocó su racionalización, ese argumento se ha venido abajo con la experiencia del primer Zapatero: hoy, después de la aventura de la reforma del Estatuto catalán y de las esperanzas abiertas en el proceso de paz, los dos nacionalismos se han radicalizado. Luego la radicalización de los nacionalismos no depende ni de la llamada intransigencia, ni tampoco del talante que implica el discurso de la España plural. Tanto el refuerzo de las competencias de la Administración general del Estado, como lo que quiera que signifique el discurso de la España plural deberá ser llevado a cabo independientemente de lo que planteen, quiera o exijan los nacionalismos vasco y catalán, pues ambos han puesto claramente de manifiesto que lo que les preocupa no es el conjunto, el Estado como conjunto de todos los españoles y de todos los territorios, por plurales que sean, sino su propia idea de Cataluña y de España, una idea reduccionista tanto de la una como de la otra.

Se acabaron los tiempos en los que era posible pensar que a CiU o al PNV les interesaba el Estado como conjunto. Si alguna vez fue así, hoy sus líderes ponen de manifiesto que su única y exclusiva preocupación es su visión de Cataluña y de Euskadi, y que más allá de sus fronteras nada hay que les preocupe lo más mínimo. En cualquier caso no más que lo que les pueda preocupar cualquier otro país europeo.

Habiendo escuchado de boca del presidente Zapatero que cuando se acaben las actuales reformas estatutarias en curso la España autonómica queda cerrada, no estaría mal que los dos partidos acometieran una reforma del Senado de forma que en éste se institucionalizara la pluralidad territorial de España, se reflejara la pluralidad como conjunto, institucionalizando la multilateralidad, superando los peligros hacia la confederación que la bilateralidad recogida en más de un Estatuto reformado albergan.

Joseba Arregi es ex diputado y ex militante del PNV, y autor de numerosos ensayos sobre la realidad social y política del País Vasco, como Ser nacionalista

 

y

La nación vasca posible.